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      Thursday, Mar 23 2023 - 


Artículos periodísticos

Fe María Fernández, educadora artemiseña de larga trayectoria, me instó en una Feria del Libro, a escribir sobre la Escuela Normal para Maestros de Guanajay, centro del que muy pocos hoy conservan memoria. Me hizo evocar a Marta, mi antigua metodóloga, que también recordaba con cariño esa escuela donde estudió de joven.

Volver la mirada al marchito caserón de la avenida 67 en que estuvo enclavada —lugar que conocí a fines de los ’70 cuando de su fachada pendía un perchero de estética dudosa, anunciador de una tintorería. Detenerme ante la placa que da constancia de que en ese inmueble radicó la Sociedad de Cultura y Deportes El Progreso. Recordar el expediente del patronato formado para fundar aquella escuela, ojeado por simple curiosidad años antes en el museo.

Pero no escribí nada ni siquiera cuando supe que aquel caserón había sido vivienda, hasta su fallecimiento en 1941, de Gumersindo Vera Muñoz, a quien ya por entonces miembros de su familia señalaban como real padre de la trovadora María Teresa Vera. Me decidí a hacerlo cuando Fe María ya no estaba para ofrecer su testimonio y apenas quedaban quienes conservaran memoria fiel de hechos ocurridos más de seis décadas antes.

Escuelas Normales

La primera de esas escuelas en que se formaron generaciones de maestros cubanos fue abierta en 1857 por religiosos escolapios en el convento de San Francisco, en Guanabacoa. Aceptaba solo a estudiantes del sexo masculino, cuyas matrículas solían ser sufragadas por sus ayuntamientos de residencia. Gracias a una beca otorgada por el de Guanajay, pudo estudiar allí a partir de 1860 el después ilustre educador Francisco Valdés Ramos y, en años posteriores, otros dos talentosos jóvenes de la localidad: Félix del Moral y Antonio Abascal.

Como en la época colonial el interés por formar maestros para las escuelas cubanas era bastante relativo, una vez que los ayuntamientos dejaron de efectuar los pagos correspondientes en 1867, el proyecto comenzó a zozobrar y un año más tarde, el centro cerró sus puertas, tras haber graduado en once años de existencia a solo ciento diez maestros de educación primaria y veintitrés de primaria superior.

Más corto aliento tuvieron dos instituciones similares que funcionaron entre 1890 y 1898, una de ellas para hembras.

Hubo que esperar a que, ya en la República, después de haber titulado maestros en cursos que hoy llamaríamos “emergentes”, gracias al empeño de educadores como José María Izaguirre y Alfredo Aguayo, y según una propuesta realizada seis años antes por Manuel Sanguily, se dispusiera, el 16 de marzo de 1915, la creación de Escuelas Normales en cada una de las capitales de las seis provincias en que entonces se dividía la Isla. En La Habana, en lugar de una, fueron dos y quedaron abiertas en octubre del propio año, pero en Pinar del Río debió esperarse hasta enero de 1918.

Las Escuelas Normales proporcionaban cuatro años de estudios gratuitos a quienes hubieran vencido la Primaria Superior (octavo grado) y rebasaran la prueba de ingreso. Resultaban, por eso, muy atractivas para los jóvenes de familias modestas deseosos de obtener una formación profesional. Sin embargo, no todas las familias veían con buenos ojos que muchachos pueblerinos de catorce o quince años se desplazaran hacia las capitales. Para evitar las largas travesías y gracias a patronatos creados al efecto, con el tiempo se abrieron una escuela en Cienfuegos y otra en Holguín.

La Escuela Normal para Maestros de Guanajay

Recogiendo esa iniciativa, un grupo de educadores guanajayenses, encabezado por la doctora Inocencia Silveira Corbo (1890-1977), se propuso crear una para los estudiantes del oriente pinareño, obligados hasta entonces a trasladarse hasta Pinar del Río o La Habana.

Era Inocencia hija del poeta negro Vicente Silveira Arjona (1841-1928), quien en su momento había trabajado para favorecer la educación de niños sin acceso a ella, ya fuera por su raza o escasez de recursos. Siguió los pasos paternos no solo al decidirse por la Pedagogía, tras desechar sus estudios de Farmacia, sino también en su vocación por la escritura, que la llevó a colaborar por décadas con la prensa local y hasta con algún periódico nacional como el cuestionable Diario de la Marina donde, en la sección “Ideales de una raza” del 10 de febrero de 1929, manifestó su oposición a cualquier tipo de racismo.

El 27 de noviembre de 1954 quedó constituido el Patronato Pro-Escuela Normal para Maestros de Guanajay Francisco Valdés Ramos. La escuela resultante inició su primer curso en el espacio arrendado a la sociedad para personas “de color” El Progreso, de la que la propia Inocencia era miembro prominente, el 1 de marzo de 1955 con un claustro integrado por veintiséis profesores (dieciocho de ellos mujeres), distribuidos en trece cátedras. Su matrícula inicial, también mayoritariamente femenina, fue de doscientos quince alumnos, procedentes, además, de Cabañas, Mariel, Artemisa, Alquízar y Caimito.

Así se le comunicó el 10 de mayo de 1955 al ministro de Educación, Andrés Rivero Agüero, en documento presentado por las doctoras Inocencia Silveira Corbo y Rita María Rodríguez Crespo como máximas responsables del plantel.
Desconozco en qué términos lograron recibir la deseada oficialización. Todo indica que nunca llegaron a contar con fondos gubernamentales, por lo que los alumnos se vieron obligados a pagar cuotas, tal y como ocurría —según me afirman— en las otras escuelas creadas por patronatos.

Muchos estudiantes recordaron por años a profesores como el doctor Julio Ángel Carreras, hombre de excepcional cultura, a la sazón subdirector del periódico local La Chispa y décadas más tarde reconocido con la distinción Por la Educación Cubana. A Ángel Sánchez Vasconcelos, hijo del legendario educador Abad Sánchez, Bienvenida Pérez Silveira, María Teresa Záceta, Clotilde Legañoa, América de Moya, Juana María Rogert, Orlando Silva, al reconocido escultor y pintor Avelino Pérez Urriola, quien durante un tiempo se encargó de impartir Dibujo y a la entonces muy joven y hoy nonagenaria Mery Díaz que, en su asignatura de Educación Laboral —relata– enseñaba a desenvolverse en la cocina a las estudiantes del sexo femenino.

No todo fue, sin embargo, sobre ruedas. La situación política del país, deteriorada tras el golpe de Estado de 1952, se hacía cada vez más crítica y muchos centros educacionales terminaron cerrando sus puertas en 1958. No estuvo entre ellos la Normal de Guanajay, decisión que algunos atribuyen a su afinidad al régimen, y otros, al interés de recibir su apoyo. Sean cuales fueren las causas, su renuencia a cerrar la convirtió en mayo del propio año en escenario de un sabotaje realizado por un comando del Movimiento 26 de Julio. El incendio, iniciado en su secretaría, tomó tales proporciones que hizo necesaria la presencia de bomberos de Marianao.

Provocó, además, que el clima del plantel, donde nunca faltaron estudiantes que manifestaran sus inconformidades, fuera mucho más tenso, como recuerdan, pese a sus tantos olvidos, sus entonces jóvenes alumnas, e hizo que durante las correspondientes investigaciones fueran detenidas personas ajenas al suceso, como le ocurrió al recientemente desaparecido Narciso Sánchez, miembro en aquel tiempo del Partido Socialista Popular.

De todas formas, la Escuela Normal no estaba destinada a envejecer en el caserón de Guanajay. Cuando tras el triunfo de la Revolución quedaron unificadas en 1959 las tres instituciones formadoras de maestros que entonces existían en el país: Escuelas Normales de Maestros, las Escuelas Normales de Kindergarten y Escuelas del Hogar, la Normal de Guanajay quedó disuelta. Los estudiantes (algunos de los cuales, curiosamente, procedían de Marianao), debieron trasladarse hacia La Habana. Allí culminaron sus estudios, como muestran los títulos firmados por Armando Hart, entonces ministro de Educación.

Así le ocurió a Dionisia Hernández quien, pasadas seis décadas, aún puede entresacar imágenes borrosas del centro que le permitió comenzar a labrarse un futuro más allá del entorno rural en que había crecido. Un lugar que devuelve en sus luces y sombras, con la vaga nostalgia que terminan dejando los recuerdos juveniles. Esos que se ofreció a evocar para mí una tarde, hace años, una antigua educadora con la que nunca más volví a cruzar palabra.

(Con datos de Mayuli Conesa Santos, Yosvani Rodríguez Herrera, Rolando Enebral Rodríguez, Lídice Solís Franco, Luis Manuel Núñez y Rebeca Figueredo, y agradecimientos a Rosa y Xiomara Balsinde, Dionisia Hernández, Carmen Teresita González, Octavio Pérez, Mery Díaz, Acela Hernández y Leonardo Camueiras, que me facilitó la foto).

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